"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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En tonos de amarillo

EN TONOS DE AMARILLO. El sonido del timbre acaba de despertarme. Por un momento pienso en no atender ¡la cama está tan placentera! Pero recuerdo a Julián, entonces me levanto, me pongo la bata, las chinelas y pregunto desde el hall quien es. Una voz de mujer me responde, que viene de la florería “La Dalia Encantada” a traerme un presente. Trato de arreglarme un poco antes de atender. Cuando abro la puerta me encuentro frente a una joven que luce una bella sonrisa y un elegante trajecito amarillo con una flor bordada en la solapa. Después de saludarme amablemente, me entrega un enorme ramo de rosas, algo más claras que el color de su traje. Ni bien entro lo primero que hago, es fijarme en la tarjeta que acompaña al regalo. Me siento decepcionada: no creí que fueran sus rosas. Siempre para esta fecha me envía un ramo, pero de rosas rojas ¿Porqué esta vez habrá elegido ese color? Nos conocemos tanto, debiera saber que el amarillo me desagrada. No sé dónde ponerlas, el florero de cristal se ha roto y los otros dos son demasiado pequeños. Comienzo a buscar dentro del modular, cuando descubro detrás de una pila de platos, la boca abierta de un jarrón. Al sacarlo de su escondite, comprendo el porqué permanecía allí olvidado. Alguien había ensayado, sobre su esférica estructura, todos los tonos posibles de amarillos, desde el más claro hasta el más oscuro. Con cierto fastidio acomodo las flores en el jarrón y lo ubico en el centro de la mesa. Voy a la cocina, preparo el desayuno, pongo todo sobre una bandeja y regreso al comedor. Ahora, mientras saboreo el café con leche y las tostadas, se me ocurre pensar en cosas de color amarillo. El sol, la cara de un chino, un pomelo, la yema de un huevo, el centro de una margarita, la luz del semáforo, los ojos del gato de mi tía Francisca, el jarrón que tengo delante. Escribo sus nombres en una servilleta de papel y advierto que además del color, tienen en común sus formas. El jueguito me resulta divertido. Comienzo a escribir una nueva lista de cosas amarillas, pero no redondas. Un pollito bebé, un canario, el techo de los taxis, las páginas comerciales de la guía telefónica, las flores de retama, los buzones, que antes eran rojos y ahora son amarillos, como las rosas de Julián ¿Será verdad que los colores tienen su propio lenguaje? Como el blanco que simboliza la pureza, el verde la esperanza, el rojo la pasión, el amarillo el odio? Qué relación habrá entre el amarillo y el odio? Yo lo vincularía más bien con la vejez, con el paso del tiempo. Será por el color que adquieren algunas cosas al envejecer: las hojas en el otoño, las páginas de un libro, las teclas de un piano…... Hoy cumplo cincuenta años, estoy entrando en el otoño de mi vida, comienzo a ser una señora otoñal. Quizá Julián piense como yo acerca del amarillo, por eso me envía esas rosas ¡Qué ocurrencia! Él sería incapaz de algo semejante. Vuelve a sonar el timbre. Una buena oportunidad para dejar de pensar tonterías, me digo casi en voz alta. Era de nuevo la muchacha de la florería. Después de pedirme disculpas y explicarme que por un erroren la colocación de las tarjetas, me había traído el presente equivocado, me entrega un enorme ramo de rosas rojas y la mejor de sus sonrisas.

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